Ayer me encontré con ella. Me miraba fijamente a los ojos como si me conociera de toda la vida, pero yo no lograba recordarla. Sus ojos enormes, esa mirada tan abierta, el azabache que te atraviesa el alma... no podía escapar de ella. No sé cuanto tiempo pudo pasar, pero todo alrededor perdía su forma y la importancia de los deberes del día a día desaparecieron, así, sin más. La cabeza que llevaba tan cargada de preocupaciones, tareas pendientes, problemas laborales, inseguridades... todo palideció cuando esa pequeña se fijó en mi.
No levantaba más de un metro del suelo. Llevaba el pelo cortito, pero no demasiado, sus bucles afloraban con soltura. Ese pelo oscuro remarcaba más todavía sus rasgos, dulces y a la vez agresivos. No sabía qué podía estar pensando, qué razón la abría llevado a frenar en la acera justo frente a mi.
Por mi cabeza pasaron varias ideas: estaría perdida, la habrían abandonado, sabría volver a casa.... pero ella misma me dio la repuesta: me buscaba. Decía que yo la había abandonado, que lo hacía en ocasiones, pero que siempre estaría ahí para ayudarme.
Empezó a hablarme de su vida, yo todavía seguía paralizada de la impresión. No sabía qué tenía que decir ni qué hacer, pero sabía que no importaba, ella era quien llevaba las riendas.
Me contó que tenía dos hermanos, los dos mayores que ella. Desde que nació se había sentido muy arropada, como el juguete de la familia. Más allá de posibles celos, lo que vivió fue justo lo contrario. Muchas veces al despertar de una de sus siestas podía ver la cabecita de uno de sus hermanos asomando a la barandilla de la cuna, mirándola, sin más. Sus padres la tuvieron en su habitación hasta bien mayor, les costó aceptar que algún día iba a crecer. Esas noches con la mano de su madre metida en la cuna para que la niña pudiese dormir agarrada a ella... no podían ser eternas.
Me siguió hablando de cómo con sólo 5 años de vida se sentía tan querida, tan feliz. Su cabecita empezaba a llenarse con ideas de cómo quería ser de mayor, de cómo quería cambiar el mundo, de cómo deseaba viajar para poder conocerlo todo... la ilusión se reflejaba en su rostro y sus ojos brillaban como dos grandes estrellas.
Entonces me hizo pensar, más bien recordar... mi memoria no suele ser muy buena, pero esta vez funcionaba como un reloj suizo. Empecé a revivir mi infancia, a recordar todos esos grandes momentos que viví con mi familia, cómo empecé a descubrir la vida... y entonces me di cuenta: delante de mi sólo estaba yo. Esa parte que en ocasiones corre peligro de desaparecer, esa que carga con toda la ilusión y la fuerza para poder seguir adelante, luchando, y no desfallecer.
Gracias pequeña, siempre te cuidaré.